por Elio Gabalo

NO VIAJES CON MAÑAS
Estaba descifrando cómo ver «The Bear» (2022) cuando me llamó mi hermano para recordarme que Cristóbal -el mayor de los enanos- partiría este domingo de viaje con sus compañeros. Que el adolescente quería conversar conmigo y cerciorarse de que nos viéramos antes de hacer su mochila. Uno que es viejo astuto y lo conoce desde que osó llegar al mundo, sabe entrelíneas que el malcriado quería generar la instancia de verme, porque siempre que nos damos el abrazo de despedida se lleva algo de mi clóset y le paso un par de lucas. Nos juntamos, le preparé unas pizzas y el infame me dejó las aceitunas en el plato. Ahí fue cuando me detuve y le supliqué que por favor en esta aventura dejara sus mañas en casa. Que se abriera a la cultura de los sabores y dejara sus limitaciones para otro momento. Porque este niñito -válgame Dios- no come carnes ni verduras, y podría alimentarse dos semanas de puro chocolate o pan con kétchup. «Sí, tío. Lo voy a hacer», me contestó apurando la conversación. «Nada que sí tío», le respondí. Y proseguí: «Si no te abres a probar cosas nuevas, nunca vas a experimentar la sorpresa que tuvo tu tía Ignacia cuando se atrevió a comer un curanto de la faz de la tierra. Nunca te las vas a ingeniar para buscar el caseificio mejor evaluado de Salerno, como lo hizo hace cinco décadas el nonno Antonio. O nunca te embarcarás hacia los mercados iquiteños, donde mi compadre Guido mordisqueó el mejor majaz asado del Amazonas». En ese minuto al imberbe le tiritaba la pierna por salir arrancando. «¡O incluso peor!», vociferé. «Nunca descubrirás, como tu tía Patricia, que las piñas al sartén son lo mejor de Semuc Champey…», relataba y relataba, moviendo mis manos con una ínfima esperanza de estar motivando a mi sobrino a salir de su zona de confort. «Suena bacán, tío. Pero solo vamos a la casa de un amigo en Talca», me interrumpió el chiquillo, bajándome los cambios a primera. «Si quieres te mando fotos de los carritos de completos mojados», sugirió expectante dibujando en mí una sonrisa. «Bueno, por algo se parte», pensé. A ver si se atreve con Las viejas cochinas.
MIRE QUE BUENO
Las regiones ya huelen el verano y están sacando sus mejores cartas para atraer a los turistas a sus aposentos. Algunas están planificando festivales, otras ya están gestionando las reservas para el Año Nuevo y hay un par que está apelando al apetito. Que nos tientan los dientes. Es el caso de Los Lagos, que durante la penúltima semana de noviembre publicó su nueva «Guía Chorito». Un documento online de 40 páginas que enseña una treintena de restaurantes para atacar los mejores mejillones chilenos de su perímetro. «Es una manera de homenajear un producto que forma parte del cotidiano (…), ahí donde las mareas son de alto contraste sobre mares tranquilos, permitiendo sin mayores sobresaltos propagar este alimento esencial», introducen. ¡Échele un ojo si va por esos lados!


PÓNGALE OJO
Al nuevo establecimiento que albergará, en el centro de Pichilemu, las sabrosas ideas y comandas del chef Gustavo Moreno en Mareal. Un restaurante muy particular, que se fue adaptando a las circunstancias del tiempo y de los espacios, pero que nunca perdió su sabor. Aquí, su mandamás ofrecerá una serie de platillos fríos, pastas y hamburguesas, donde las estrellas serán los productos marinos que el mismo cocinero recolecta de vez en cuando. La apertura será este miércoles 30 de noviembre, en el número #255 de la avenida Ortúzar, y espera ser la consolidación de un proyecto que -incluso de forma clandestina- se ganó la lealtad de sus adeptos, quienes lo siguieron desde su food truck estacionado en Punta de Lobos, hasta una casa perdida al interior de un bosque costero. «Se viene bomba», anticiparon en sus redes sociales.
OYE, NO LO DIJE YO
El viernes 11 de noviembre, el aplaudido chef Nicolás Tapia -conocido en redes sociales como @schwarzkoch- compartió un mensaje en sus historias de Instagram que caló profundo en las entrañas de la industria. «Por favor colegas y gente del rubro, en sus ofertas laborales no pongan: buscamos practicantes. Se ve terrible. Un restaurante no puede y no debe depender del trabajo gratis de otras personas. Quien quiera trabajar gratis para aprender llegará solito a su local», tecleó el fundador de Yum Cha, haciendo alusión a un controversial hábito de reclutamiento que se ha instaurado en los proyectos gastronómicos en pos de la «experiencia» de quienes acceden y que muchas veces terminan meses (sino años) laburando por amor al arte. «De nosotros depende cortar ese cáncer», enfatizó. Más de uno retiró su oferta, vale decir.
