por Elio Gabalo
TIPOS DE VEGANOS

El conchito llegó al almuerzo convencido de que teníamos que dejar de comer carne, leche y huevos, porque si no lo hacíamos el mismísimo planeta las iba a emprender contra nosotros. Con él, sus tíos, la nonna, los perros, los vecinos, con todos. «¿De dónde vienes con todo este cuento?», le preguntó mi hermano (su padre) con un dejo de curiosidad y risa que no se la podía. El ochomesino había llegado recién de una diminuta casa en el Lago Pirihueico, donde pasaba las vacaciones de invierno con la familia de un compañero de quinto básico. Sí, de esos que primero encienden las lanchas y dos cursos después te aprenden a multiplicar. Allí, pasó diez días jugando Minecraft, practicando un challenge de Stranger Things y escuchando a una prima del amigo que acababa de llegar del Camino de Santiago. Una peregrinación media monje, llena de granjas, por el norte de España. Cuento corto, la Greta Thunberg esta descubrió que las hamburguesas venían de las vacas, y que lo que estaba empaquetado en los supermercados, alguna vez había protagonizado una story en Instagram, como las de ella y su pololo que la sigue desde octavo básico. Al que aparte… le dicen Pollo. Desde entonces la millenial era «una vegana pro-animalista» y decía que no estaba sola. Que miles de famosos estaban calculando las huellas de sus helicópteros y estaban ingresando a este régimen alimenticio debido al impacto de la industria carnívora en la Tierra, y que se etiquetaban como «veganos climáticos». Yendo más allá, estaban los independientes «veganos pobres», que por un tema de inflación no se podían dar los lujos ni siquiera de un arroz con huevo. Para ella, decía el niño, también existían los «veganos por moda» y los «veganos éticos» que, aunque fuesen con sus tuppers a pedir jamoncito-corte-pluma, no se los iban a meter a la boca. «Bueno ¡¿y de cuál quieres que seamos nosotros?!», lo interrumpió su progenitor, para saber a dónde iba con este catálogo del apocalipsis. «Y yo qué sé», respondió. Estaba contrariado y noqueado. Perdido en su hambrienta taxonomía.
Lo bueno, lo malo y lo feo
MIRE QUE BUENO
Pareciera que compartir está de moda, pero no de esas rápidas que contradicen a la generación Z. Lo digo porque estos últimos meses los protagonistas del rubro se han quitado las chaquetas de los egos y empezado a cocinar en conjunto una especie de cofradía culinaria. Con todo, se han lanzado a la producción de eventos bajo nombres como «cenas a cuatro manos», «okupaciones», «citas» y «+1», para ofrecerles a los comensales preparaciones que idean con chefs invitados. Por tirar un ejemplo: vimos el feat de José Matamala con Kony Nicolz; la collera de Matías Arteaga con Felipe Macera; los tiempos de Camila Fiol con Sayil Guerra; la suma de Kurt Schmidt con Marcos Baeza; el convite de Maira Ramos con Javier Avilés. Así y contando: ¡Y eso que me faltaron las estrellas del extranjero!



PÓNGALE OJO
A ese sucucho que está en el número 14 de Monseñor Félix Cabrera, y que desde mayo está dando que hablar. Un restaurancito llamado Cora Bistró, que puede atender hasta dos docenas de hambrientos, y que piolita se está afirmando a punta de platos ricos y vinos patrimoniales. En la cocina tienen a Manuel Balmaceda Edwards (el nombre pituuuuuco), un cabro de 31 años que puso el hombro en un hotel de los Alpes franceses para caer derechito en Providencia. Le tiene pipeño, encurtidos, peras al vino, corvinas con brioche y hasta puré con huevo frito. No espere, eso sí, encontrar lo que acaba de leer, que la carta va cambiando. Ah, pero los precios… una promesa.
OYE, NO LO DIJE YO
Una multitasking del medio fue a darse una vuelta al restaurante más barato de Benjamín Nast: De Calle. Ese que está al frente del Mall Plaza Egaña y que cuando partió tenía una sopa de wantán para infartarse de lo buena. ¿Y qué pasó? La «buena pa’ comer» se fue desilusionada y dijo que no volvería. ¿Por qué? Dijo que nadie le pidió pase, que el menú QR tenía letras enanas, que solo había un vino, que faltaban ajustes, que el servicio fue básico, que el baño de mujeres estaba malo y que el jugo de una cebollita en un pork belly bun le remojó un pedazo de pan (WOW). Finalmente dijo que los lectores de sus premios (en total 49) tenían razón de llamarlo «zapato de gamuza». Le dio cuatro de siete ollitas humeando, y hasta el Presidente del Círculo de Cronistas Gastronómicos le dio like. «En este caso muchas fallitas arruinaron la experiencia», comentó.