El sabor no entiende de géneros dispuestos

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El día que mi abuelo se fue de la casa y se separó por siete años de mi nonna, se despidió como un rey. O, al menos, así me lo contaron mis tíos. Antes de hacer sus maletas, el caballero de entonces 42 años se preocupó del almuerzo sabatino y sacó del horno una fuente […]

El día que mi abuelo se fue de la casa y se separó por siete años de mi nonna, se despidió como un rey. O, al menos, así me lo contaron mis tíos. Antes de hacer sus maletas, el caballero de entonces 42 años se preocupó del almuerzo sabatino y sacó del horno una fuente de cotoletta alla milanese. Igualitas a las de su madre. Unas chuletas de ternera bien apanadas, doradas como ellas solas, que si hubieran estado vivas habrían gritado crujencia. Decían mis antecesores, medios extrañados todavía, que al probar cada bocado las emociones chocaban como tenedor contra el plato. Para ellos, no podía ser que tal complaciente y embriagadora sensación se estuviese reproduciendo en una jornada tan triste para su familia. Una en la que, por cierto, el susodicho (como nunca antes) estaba desafiando los roles establecidos en aquella sociedad de los setenta. Y es que puede sonar muy extraño —perdón millennials, centennials o como sea que se llamen— pero anteriormente se creía que la cocina era sólo para las mujeres. Y cuando hablo de cocina, preciso en la cocina doméstica. Porque a la hora de encargarse de un restaurante, eran ellos los que sonreían con sus cachetes rosados y con uno que otro presidente en la mesa. “El nonno se estaba preparando para arreglárselas por su propia cuenta y ahí nos demostró que no pasaría hambre”, supuso su primogénito décadas después. Podía ser. Por qué no. Hoy cada vez que hago una asesoría y me fijo en los grupos monogenéricos con sobre testosterona, no puedo evitar recordar la historia de aquel hombre que cerró por fuera. Su legado culinario quedó como un testamento silencioso de su dolor y su anhelo de redención. Un recordatorio triste pero poderoso de cómo nuestras acciones y elecciones pueden moldear nuestras vidas y las vidas de aquellos que amamos.

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