Luis Felipe González, socio y fundador de Patagon Wines: “Hay platillos que tienen un componente emotivo muy grande y que no pasan solamente por el gusto”
Luis Felipe González es periodista y trabajó desde su profesión durante varios años, hasta que se acercó, de forma casi inesperada, a temas de comercio relacionados principalmente con los vinos. En esto se mueve desde el año 2001, motivado por el buen desempeño que históricamente ha tenido el sector y también por gustos personales. En el camino ha ido creando distintos proyectos de e-commerce vinculados al mundo del vino. Y finalmente, en 2019, tomó la decisión de trabajar de manera independiente y creó su propia empresa, un e-commerce con foco en vinos.

A mediados de los 90, la industria del vino chileno vivió un hito crucial cuando la cepa carménère, extinta en Europa, fue redescubierta en el país más de cien años después. Luis Felipe González, socio y fundador de Patagon Wines, e-commerce dedicado a la venta de bebidas alcohólicas, pero con especial foco en los vinos, describe esa época como “la gran explosión de marcas de viñas”, lo que coincide con el hito que marcó el rumbo de su vida hace 21 años, cuando también decidió formar una familia con su actual esposa.

“Tengo tres hijos y llevo casado 21 años, lo que coincide curiosamente con el tiempo que llevo trabajando junto a los vinos. Eso también fue algo que fomentó que yo me metiera más en la industria y empezara a mostrar más interés, porque teníamos que empezar a echar a andar la familia”, cuenta.

“Cuando falleció mi abuelo, compraba pequenes con mi padre y cuando él también se fue, se terminó la tradición”.

Aquí profundiza en cómo es su relación con la comida y cuáles son los sabores y preparaciones que más le atraen. Así como el vino es clave para entender parte de la cultura local, la comida chilena marca algunos de los recuerdos más importantes de su vida. 

El plato de su vida

Todos los domingos llegaba a la puerta de su casa un señor de traje y sombrero, que llevaba bajo su brazo dos bolsas: en una siempre había una baguette; la otra estaba cargada de pequenes, esa preparación tan chilena y tan antigua de masa rellena solo con cebolla, jugosa y con mucho sabor. Ya casi no se ve en panaderías ni en los hornos de las casas.

González cuenta que “el señor” que llegaba todos los domingos a su casa era su abuelo. Fue él quien le presentó lo que hoy señala como el plato de su vida, los pequenes chilenos. Esa tradición familiar de comerlos cada domingo, aunque la creó su abuelo, con el tiempo la adoptó su padre y luego él. “Cuando falleció mi abuelo, compraba pequenes con mi padre y cuando él también se fue, se terminó la tradición”, recuerda.

“Me gustaría volver al Mercado Central (a comer) y vivir por un momento el Santiago de antes. Ya no es lo mismo, y eso me da mucha nostalgia”.

Con quién compartiría

“Hay platillos que tienen un componente emotivo muy grande y que no pasan solamente por el gusto”, dice González. Eso es lo que los pequenes significan para él. Le gustaría compartirlos en algún momento con sus hijos, pero no en cualquier lugar: “Me gustaría volver al Mercado Central y vivir por un momento el Santiago de antes. Ya no es lo mismo, y eso me da mucha nostalgia. Así que ahí me gustaría entregarles esta linda experiencia que viví con mi padre y con mi abuelo”.

Sabores del mundo

González se describe como un hombre de gustos clásicos y sencillos, sobre todo si se trata de la comida chilena. Su debilidad es el pescado frito, un gusto que también compartía con su padre.

“Donde vaya, basta que ponga un pie en la arena para que sea mi excusa de comprar pescado frito”, confiesa. Y de nuevo, no cualquier pescado: el pejerrey es su preferido. Lo persiguió incluso en un viaje que hizo a Montevideo con su esposa. “Conocía un poco de Uruguay por los libros de Benedetti. No lo dudé ni un segundo cuando vi al pejerrey en la carta del restaurante. Lo pedí frito”, rememora.

“No me cansaría nunca de comer pescado frito, en cualquier presentación, con papas fritas, ensalada, como venga”.

Que sí y que no

A pesar de su pasión por la comida tradicional de Chile, entre risas cuenta que no puede tolerar las conocidas patas de chancho. Tampoco las guatitas. “He intentado de todo, porque quiero que me gusten, pero simplemente no puedo”, confiesa.

De lo que no se cansaría nunca es de comer pescado frito, “en cualquier presentación, con papas fritas, ensalada, como venga”.

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